La primera vez que salí de
España fue en enero del 2013. Fui a esquiar de excursión a Andorra.
Una semana antes de emprender mi
viaje empezaron los nervios, que si maleta, ropa que comprar, miedo a
no saber esquiar y mil cosas más que se me pasaban por la cabeza.
Por fin llegó el día, mi madre
desde la barra del bar me sonrió mientras me preparaba una pequeña
mochila con patatas, zumos y bollería. Me preguntó si lo llevaba
todo, salió de la barra para abrazarme y decirme lo típico de las
madres: “ten cuidado”, “abrígate mucho”, “llamaremos todos
los días”, etc...
Salí del bar con mi padre y mi
novio, mi novio llevaba mi maleta. Montamos en el coche y cuando me
quise dar cuenta ya estaba en el Carrefour despidiéndome de mi novio
y de mi padre.
Mi padre me abrazó y me dijo:
“Mi niña se me va”. Yo le sonreí y me contestó con un “te
quiero”, le abracé conteniéndome las enormes ganas de llorar.
Con mucha pena de estar seis
días sin ver a mi familia, me subí al autobús pensando en mi nueva
experiencia, les dije adiós desde la ventana y después de varios
metros les dejé de ver.
Tras trece horas de viaje,
llegamos al hotel, era un poco cutre la verdad, en plan antiguo, con
sillones estampados,cuadros y espejos por todos lados.
Nos cambiamos y enseguida nos
fuimos a nuestra primera clase. Para mí los cinco días de esquí me
resultaron cansados e iguales, supongo que sería porque no avanzaba
apenas. Pero me lo pasé genial, disfruté muchísimo. De este viaje
me traje el saber esquiar más o menos, una buena fiesta, ropa, una
lesión en la rodilla derecha y sobre todo muchas risas.
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